Tu Diálogo Interior: ¿Cómo te hablas?

Está comprobado que si te insultas o te criticas rígida e injustamente, tu potencial humano y tus capacidades se bloquean o disminuyen.

Había un joven que había empezado a jugar al tenis profesional y era visto por todos como una gran promesa. Sin embargo, tenía su talón de Aquiles: no podía soportar sus errores en la cancha. No me refiero a que simplemente se disgustara —a nadie le gusta perder—, sino que cuando el golpe no era preciso o se equivocaba, se flagelaba mentalmente.

Una cascada de agravios y ofensas autoinfligidas caían como piedras: «¡Estúpido!», «¡Mal nacido!», «¡No sirves para nada!» «¡Dedícate a otra cosa!», «¡No eres más que un pobre infeliz!», entre otras. La conclusión de semejante ataque despiadado solía ser siempre la misma: «No merezco ganar».

Este pensamiento afectaba negativamente la motivación y como una gran profecía autorrealizada, simplemente perdía, aunque fuera por delante en el marcador. Jugaba muy bien hasta cometer dos o tres equivocaciones y, a partir de ahí, ante la mirada atónita de su entrenador y de sus seguidores, entraba en una cuesta abajo liderada por él mismo. Cuando logró cambiar su lenguaje interno por uno más objetivo y benévolo, y aceptó la «imperfección natural» que acompañaba a su juego (como cualquier tenista), pudo mejorar y disfrutar los encuentros sin pataletas.

Su nueva voz interior se orientó hacia dos cuestiones: a) intentar resolver el problema en cuestión («debo cambiar este golpe», «estoy inclinando la raqueta», «es mejor que no me acerque a la red»); y b) dándose ánimo y motivación («soy capaz», «no debo darme por vencido», «voy a superar este momento»); en fin, besos y aplausos invisibles de él para él.

Su hándicap subió ostensiblemente. El círculo vicioso del insulto interior es terrible: cuanto más te castigues, más ansioso y/o deprimido estarás y menor será tu rendimiento, por lo que confirmarás tu incapacidad y nuevamente te tratarás mal… La involución «perfecta».

Sobregeneralizar Aspectos Negativos de uno mismo. La sobregeneralización nociva es una distorsión del pensamiento o error mental, aplicado a uno mismo o a las cosas, por la cual la persona percibe un patrón global de negatividad a partir de un único y simple incidente. Dicho de otra manera: se llega a una conclusión negativa que va mucho más allá de lo que sugiere la situación. Continuando con el tema del deporte, supongamos que un hombre o una mujer jóvenes, que están empezando en atletismo, dijeran: «No superé mi marca en la competición; eso significa que mi vida como atleta se ha acabado», o «Como no superé mi marca en la competición, soy un mal atleta».

A partir de un único incidente (no superar la marca) se concluye por generalización que ya no se podrá ser un buen atleta (patrón global de negatividad). Cuando quieras hacer uso de la crítica, refiérete siempre a tu conducta y no a tu esencia. ¡Quítate la marca de la cabeza! Presentaré algunos ejemplos de pensamientos negativos sobregeneralizados que me han manifestado muchos pacientes y cómo cuestionarlos.

Como podrás observar, en cada uno de ellos se parte de un hecho concreto, se hacen interpretaciones erróneas y luego se salta de manera ilógica a una conclusión categórica negativa de uno mismo. «He cometido algunas equivocaciones en el trabajo, por lo tanto: soy un inútil»

¿Por qué deberías ser un «inútil»? Cualquiera comete algunos errores. Además, ¿de dónde sacas que seguirás equivocándote? Las personas aprenden por ensayo y error, y tú no escapas a ese principio. En vez de gastar tiempo en lamentarte y darte duro, trata de aprender de tus meteduras de pata. Busca las causas: podrías tener alguna preocupación específica que te lleva a estar desatento, o que el estrés esté haciendo de las suyas, o que no comprendieses bien la tarea que se te asignó, en fin, posibilidades hay muchas.

Pero de ahí a darte con un garrote y afirmar que eres un inútil, hay un trecho muy largo. Según el diccionario, inútil significa «inservible, que no sirve para nada». ¿Te aplicas esa definición? ¿No sirves para nada? Es estadísticamente imposible.

«Me ha dejado mi pareja, por lo tanto, no soy digno de ser amado» ¿Por qué concluyes que si una persona no te quiere, ninguna te querrá? ¿Cómo das ese salto deductivo? ¿Quién te dijo que debe amarte todo el mundo? ¿Cómo llegas a la conclusión de que no eres digno de ser amado?

Pues lo siento, no importa cómo seas, por pura estadística, alguien te amará. Suelta las redes y deja que el amor toque tu puerta. Si te agredes, nadie sabrá que estás «disponible». «No he logrado tener dinero, por lo tanto, soy un fracaso» No seas injusto contigo mismo. No te llames fracasado. El éxito no sólo se mide en metálico, sino también en satisfacciones y crecimiento personal. Debe haber muchas cosas en las que te vaya bien.

Quizás hayas formado una familia, seas un buen hijo o hija, a lo mejor triunfaste en el amor, en fin, mira todo el menú que conforma tu vida, y encontrarás que la categoría «fracaso» no se puede generalizar. Uno pierde batallas, es verdad, pero no necesariamente la guerra. Puede que no seas millonario o una millonaria, pero sigues siendo humano y eso te da unas posibilidades impresionantes.

Piénsalo, como dice el refrán: «Un tropezón no es una caída», y si de todos modos vas a calificarte o etiquetarte, al menos hazlo racionalmente. «Los amigos no me duran, por lo tanto, soy una persona poco interesante y aburrida» ¿De dónde sacas que debes «divertir» a tus amigos, como si fueras el bufón del rey? Mis mejores amigos han sido los que hablan poco y me escuchan con paciencia.

Ser amigo tampoco requiere poseer conocimientos profundos de un tema o saber contar chistes. Si no te duran tus amistades, quizá sea porque tu prevención los aleja o posiblemente los elijas mal. En todo caso, sigue intentándolo sin sancionarte. No hagas una inferencia arbitraria autodestructiva respecto a tus habilidades sociales. Podrías decir: «Es raro que los amigos no me duren, estudiaré y analizaré con calma por qué me pasa esto», sin apresurarte a colgarte el cartel de «poco interesante»

.

«Mi hijo es muy inquieto y no sé cómo manejarlo, por lo tanto, como padre soy un desastre» Unos buenos padres son responsables y se preocupan por los hijos. No nos enseñan a ser padres y menos si los niños son difíciles. Contesta estas tres preguntas: ¿te duele el dolor de tu hijo?, ¿te alegra su alegría?, ¿darías la vida por él? Si las tres respuestas son afirmativas, estás del lado de los padres sensibles y afectuosos, es decir, de los buenos padres. Que no sepas cómo manejar a tu hijo o controlarlo, lo único que dice de ti es que te falta aprendizaje. Si realmente conocieras padres «desastrosos» te sorprenderías de lo lejos que estás de esa categoría.

Pide ayuda, que alguien te enseñe, y dale a tu papel de educador una oportunidad científica, sin olvidar que unos padres «perfectos» son una pesadilla para un hijo normal e «imperfecto». Pensamientos negativos no siempre conscientes, como los anteriores, afectan a tu autoestima a diario. Llevamos internamente la dudosa cualidad de sobregeneralizar a partir de unos pocos hechos y colgarnos etiquetas que funcionan como lápidas.

En un antiguo monasterio, un discípulo cometió un grave error y a raíz de ello se dañó un sembrado de patatas. Los demás esperaban que el instructor principal, un anciano venerable, le aplicara un castigo que sirviera de ejemplo. Pero cuando al cabo de un mes vieron que no pasaba nada, uno de los discípulos más críticos le dijo al viejo instructor: «¿Cómo puedes ignorar lo sucedido? Después de todo, tenemos ojos para mirar…». «Claro —respondió el anciano—, pero también nos dio párpados.» Si no es cuestión de vida o muerte, a veces es bueno hacer la vista gorda, relajar la atención y dejar que las experiencias ocurran sin poner tantas condiciones.