Si nos remontamos al origen de nuestra vida en el útero materno, nos daremos cuenta de que nuestra existencia se incubó en la abundancia y la plenitud: en el útero de nuestra madre había calor, nutrientes y todas las condiciones necesarias para q la vida se hiciera posible. Como vemos, desde el inicio d nuestra existencia, el calor y el alimento que nos llegan a través de nuestra madre son el vínculo y con la vida.
Más tarde, al salir al mundo, necesitamos fundamentalmente de nuestra madre para sobrevivir: ella nos provee de leche y de calor afectivo; también del apoyo en nuestros primeros pasos en la exploración del mundo. Este vínculo del bebé con la madre es clave para reforzar su sentimiento de seguridad y plenitud. Cuando esta criatura crece, su madre seguirá siendo la figura referente de cariño y calor, los dos aspectos que, como vemos, en los inicios nos vinculan con la vida.

Así, de ella tomamos no solo el alimento, sino que además es a quien recurrimos para que nos consuele cuando aún somos pequeños; es la fuente primordial de amor y ternura. Vemos, por tanto, cómo el vínculo temprano con mamá tendrá especial relevancia en nuestra relación con la vida en la edad adulta.
Cuando este vínculo es débil o, por las razones que fuere, no nos hemos sentido seguros ni nutridos en el seno del mismo, nuestra relación con la vida también estará debilitada. El vínculo sólido con la madre nos permite “salir a explorar el mundo” desde un sentimiento interno de seguridad. Por el contrario, cuando no nos hemos vivido desde un vínculo sólido con nuestra madre, nos sentimos sin una base fuerte para adentrarnos en el “gran mundo”.
De esta manera, en la edad adulta el mundo nos podrá seguir atemorizando. Ante tal miedo, difícilmente tomaremos lo que la vida nos ofrece: preferiremos permanecer guarecidos en nosotros mismos, antes que arriesgar. En otros casos, este vínculo puede haber sido sólido en sus inicios y, sin embargo, por otros motivos y de forma inconsciente, nos podemos haber negado a tomar de ella.
Negarse a tomar de la madre es sinónimo de negarse a tomar de la vida, privándonos de esta forma de lo que la vida nos brinda; tenderemos entonces a sentir que no somos merecedores y que, además, lo recibido puede sernos en cualquier momento arrebatado.

El movimiento interrumpido hacia la madre
Una de las vivencias más traumáticas para un niño es el hecho de verse privado de su madre. Sabemos de la vital importancia dl vínculo materno-filial en los primeros meses de vida, no sólo para la supervivencia física del bebé, sino también para el óptimo desarrollo psico-emocional. Este hecho se constata también en el ámbito sistémico a través del llamado movimiento interrumpido hacia la madre.
Esta interrupción sucede cuando el niño se ve tempranamente privado de su madre, ya sea porque al nacer tuvo que estar un tiempo determinado en la incubadora, bien porque una enfermedad lo mantuvo separado o porq, debido a otra circunstancia, se interrumpió el vínculo madre-hijo tempranamente. En tales situaciones, el niño/a se ve privado del calor y afecto materno. Esta situación genera una profunda angustia que el pequeño/a no puede resolver ni gestionar por sí mismo/a.
Es entonces cuando no le queda más remedio que reprimir sus sentimientos de impotencia y abandono, interiorizando la creencia de que sus necesidades no pueden ser satisfechas y que, por tanto, es mejor no hacer ningún esfuerzo por expresarlas e, incluso, mejor aún no tener necesitddes.
Posteriormente, ese niñ/a tenderá a convertirse en un adulto “contenido” y contraído en su autoexpresión; posiblemente será un adulto q vive en esa intrínseca carencia de aquella temprana privación materna. Y sucederá que, debido al miedo a sentir de nuevo el abandono en relación a otras personas, tratará de protegerse, rechazando inconscientemente el amor y la plenitud.