Este término, utilizado y difundido por el Dr. C. G. Jung (médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo), intenta ser más abarcador que el término «inconsciente» de Freud. Se refiere a las partes desconocidas de nuestra psique, pero tambIén a las partes desconocidas de nuestro mundo espiritual.
Nuestro mundo es dual: luz y sombra, día y noche, arriba y abajo, duro y blando, masculino y femenino, bueno y malo, positivo y negativo, dulce y salado, hombre y mujer, etcétera.

La Sombra es todo aquello que despreciamos y que enviamos al sótano de nuestra psique. Esta sombra, nos muestra la vida por medio de los comportamientos de otros, que señalamos e intentamos cambiar, sin darnos cuenta de que es una proyección de nosotros. Esta es la tarea de cada ser humano, buscar su propia sombra, para llevarla a la luz y caminar el propio sendero de sanación.
La sombra personal se desarrolla desde la infancia. Nos dentificamos con ciertos aspectos, y al mismo tiempo despreciamos los opuestos. Es decir, si aprendemos que dar los buenos días es lo correcto cuando entramos en algún sitio, no darlos, pasa a ser malo y pasa a la sombra. Un ejemplo de esto es el frío y el calor: el frío no es bueno ni malo, y lo mismo pasa con el calor. El frío, no intenta cambiar al calor, y viceversa. Y lo más importante: los dos son Temperatura.
Bien, pues lo msmo pasa con dar los buenos días y no darlos, al entrar en un lugar. Por eso, cuando algo que tenemos delante nos molesta, en vez de querer cambiarlo, debemos integrarlo, ya que, también nos pertenece. Es una proyeccíón de nostros, que gracias al otro podemos ver. Nunca vemos al otro, siempre nos vemos a nosotros mismos a través del otro, a través del espejo.
Que seamos muchos a los que nos moleste lo mismo no significa que este aspecto, que todos despreciamos, no esté presente, sino que tenemos la misma información.
Nuestra luz y nuestra sombra se van construyendo en forma simultánea. O nos sinceramos para indagar nuestros aspectos más ocultos, sufrientes o dolorosos, o bien estos aspectos buscarán colarse en los momentos menos oportunos de nuestra existencia.
Utilizar las manifestaciones del bebé como reflejo de la propia sombra es una posibilidad entre otras para el crecimiento espiritual de cada madre. En este sentido, el bebé es una oportunidad más. Es la posibilidad de reconocernos, de hacernos preguntas fundamentales. El bebé se constituye en maestro, en guía, gracias a su magnífica sensibilidad y también gracias a su estado de fusión con la madre o persona que la suplante. Nos hace de espejo.
Siendo tan puro e inocente, no tiene aún la decisión consciente de relegar a la sombra los aspectos que todo adulto despreciaría. Por eso manifiesta sin tapujos todo sentimiento que no es presentable en sociedad. Lo que desearíamos olvidar. Lo que pertenece al pasado.

Cuando tenemos a un bebé, aflora todo aquello relacionado con la maternidad que yo he relegado en mi sombra y que se manifiesta en el bebé, ya que somos él y yo una sola experiencia emocional. El bebé se convierte en espejo cristalino de nuestros aspectos más ocultos. Por eso cuando el bebé está enfermo no es otra otra que la manifestación de los conflictos emocionales de la madre. Y en definitiva, del contexto emocional
Al tener el alma expuesta en el cuerpo del bebé, es posible ver más claramente las crisis que quedaron guardadas, los sentimientos que no nos atrevimos a reconocer, los nudos que siguen enredando nuestra vida, lo que está pendiente de resolver, lo que desechamos, lo que resulta inoportuno.
Criar bebés es muy arduo porque, así como el niño entra en fusión emocional con la madre para ser, a su vez la madre entra en fusión emocional con el hijo para ser. La madre vivencia un proceso análogo de unión emocional. Es decir, durante los dos primeros años es fundamentalmente una «mamá-bebé».
Las mujeres puérperas tienen la sensación de enloquecer, de perder todos los lugares de identificación o de referencia conocidos; los ruidos son inmensos, las ganas de llorar constantes, todo les molesta, creen haber perdido las capacidades intelectuales, racionales.
No están en condiciones de tomar decisiones domésticas. Viven como fuera del mundo; justamente, viven dentro del «mundo-bebé». Y es indispensable que así sea. La fusión emocional de la madre con el hijo es lo que garantiza el cuidado que esta mujer estará en condiciones emocionales de prodigar para la supervivencia de la cría. Es pura biología.
Y hay que aclarar esto, ya que, por lo general, solemos rotular de mil maneras las sensaciones incongruentes de las madres y los reclamos indescifrables de los bebés. En muchos casos se diagnostican «depresiones puerperales», cuando lo único que pasa es un brutal encuentro con la propia sombra.

Quiero recalcar la increíble cantidad de mujeres a las que se diagnostica «depresión puerperal» o posparto y luego
son medicadas psiquiátricamente por ello. Todos se asustan de las sensaciones extremas de la madre que ha dado a luz y, en lugar de acompañarla a las profundidades de su alma femenina, sostenida y afectivamente segura… prefieren adormecerla, logrando apaciguar los ánimos de los demás, y dejando a una mujer sin capacidades físicas ni emocionales para ocuparse del bebé, que es entregado a otra persona para que lo cuide.
Con frecuencia, la lactancia se corta y la madre tiene la certeza de estar haciendo las cosas terriblemente mal. Para que se instale una depresión puerperal real se necesita un desequilibrio emocional o psíquico importante previo al parto, la vivencia de un parto maltratado (una cesárea abusiva, soledad, amenazas en el trabajo de parto, desprecio por parte de los asistentes, etcétera.) y desprotección emocional después del parto.
Incluso así, casi cualquier madre con un mínimo de apoyo emocional, escucha, solidaridad, compañía o apoyo, superará sin dificultades el desconcierto que pueda producirle su derrumbe emocional. Existe una confusión entre «depresión puerperal» y «el encuentro con la propia sombra».