A medida que profundizamos en la visión sistémica de las relaciones, vamos tomando consciencia de la importancia dl Orden Sistémico en las mismas. De hecho, el orden es necesario para que el amor fluya en la relación.
En el contexto de la pareja, al igual que en el sistema familiar de origen, también existe un orden subyacente que, cuando es tenido en cuenta, permite que la relación se desarrolle plenamente, al tiempo que deviene un camino de crecimiento para sus componentes.
Cuando la Mujer Honra a su Madre y el Hombre a su Padre. Para abrirse a la relación de pareja, las mujeres tienen que haber aprendido a respetar a su madre, y los hombres a su padre. Este hecho a menudo pasa desapercibido y, sin embargo, trae muchas consecuencias para la pareja. Sucede que, si las mujeres enjuician a sus madres, tampoco podrán respetar a los hombres; y pasa lo mismo sucede con los hombres: si no honran al padre, no podrán respetar a las demás mujeres. Quien rechaza a los padres, inevitablemente se rechaza a sí mismo y también a la pareja. Durante la infancia permanecemos apegados a la madre; y, a medida que nos desarrollamos y crecemos, nos independizamos de esta para acercarnos al padre.

En el caso de la mujer, convendrá que esta posteriormente se acerque de nuevo a su madre aprendiendo a valorarla y a honrarla, en lugar de sentirse mejor y más grande. Así, las mujeres superan el conocido complejo de Elektra, postulado por los psicoanalistas, tras el que late el íntimo deseo de ser la mujer de papá, desbancando así a mamá. De lo contrario, las mujeres se apegan al padre, idealizándolo y sintiéndose con más derecho sobre el padre que su propia pareja, es decir, que la madre. Si la mujer no trasciende la conocida figura de “niña de papá”, ¿Cómo puede amar a otro hombre como pareja, si ese lugar lo ocupa papá?
Por el contrario, en el caso del hombre, cuando llega a la adolescencia convendrá que se acerque al padre, reconociéndolo como la pareja de mamá. De esta forma el hombre madura y supera el denominado complejo de Edipo, por el que los niños tienen una fijación hacia la madre y el deseo de que el padre desaparezca para no tener que compartirla con él. ¿Qué sucede cuando un hombre se siente mejor y más grande que su padre y, a la vez, con más derecho sobre mamá? Ocurre que despreciará a las demás mujeres, porque tendrá la sensación de que ninguna mujer le llega a la suela del zapato a mamá, y ello le impedirá abrirse al amor con otra mujer, pues en el fondo sigue siendo “el niño de mamá”.

Como se ha señalado, cuando como hijos hemos tomado a nuestros padres, podemos vinculamos con nuestras parejas como iguales, y mantener de esta forma un equilibrio entre el dar y el tomar. Entonces, cuando la pareja tiene hijos, en caso de tenerlos, éstos no tendrán dudas o confusión con respecto al lugar que deben ocupar: el orden deviene del orden y hay armonía
Para que la pareja prospere, es necesario individualizarse. Para que una relación de pareja prospere, cada uno de sus componentes tendrá que crecer. Crecer significa dejar atrás la forma infantil de vincularse con la propia familia y, para ello, es inevitable atravesar el duro momento de cortar con el cordón umbilical que nos ha unido de forma instintiva a nuestro sistema. El proceso de diferenciación o de la familia de origen suele conllevar, en una primera etapa, una profunda culpa. Se trata de un sentimiento atávico que brota de la sensación de estar siendo desleales a la familia y que, de no ser trascendido, puede limitar nuestro crecimiento e incluso puede llevarnos a sabotear la posibilidad de una vida plena.
Este camino es: el proceso de individualización por el cual maduramos y nos convertimos en adultos. En la madurez nos separamos de la familia; esta separación no necesariamente sucede en el sentido externo, sino que más bien conlleva el dejar atrás algunos principios familiares que uno ha seguido y dado por válidos hasta entonces. Este paso es necesario para abrirse y establecer principios nuevos con la pareja; principios que, de alguna manera, reconozcan los valores de ambas partes. En este nivel nuevo la pareja puede vivir una relación más íntima y equitativa.
El proceso de individuación no significa, ni mucho menos, que uno tenga que dejar de relacionarse con su familia de origen; se trata, en realidad, de abrirse a lo que está más allá de esta, y permanecer disponibles y abiertos para incorporar valores y visiones distintas. De no dar este necesario paso de crecimiento, la pareja podrá ser vivida como una amenaza para la antigua identidad, basada en la lealtad inconsciente a los nuestros. A veces alguno de los miembros d la pareja rechaza a la familia del otro. En realidad, tras este rechazo late el siguiente sentimiento, ligado a la consciencia preconsciente o infantil: “Te quiero a ti, pero de tu familia no quiero saber nada” “Mi familia es buena; la de mi pareja es mala”. ¿Os suena esto?
Estos sentimientos, tarde o temprano, debilitan a la pareja. Pueden provocar incluso, con el tiempo, la ruptura de esta. En realidad, como hemos visto, tomar a la pareja significa aceptarla de manera plena, incluido su sistema familiar de origen. No podemos amar a otra persona en su totalidad si rechazamos una parte de ella. Desde esta perspectiva, la frase que expresa esta total aceptación es la siguiente: “Te tomo con todo”. “Quien se casa con su pareja, también se casa con su familia”, nos dice la sabiduría popular… Esto implica la necesidad de respetar y amar a la familia de la pareja, de la misma forma que le amamos y respetamos a él o ella.
Así es como este amor puede afianzarse. Si uno cree que su familia es mejor que la de su pareja, el conflicto está servido. Si, además, el otro componente de la pareja cree lo mismo, comienza entonces una lucha silenciosa en la que cada uno intenta imponer su sistema de valores al otro.
Hellinger afirma que, en la mayoría de los casos, es la mujer quien se impone y el marido quien se retira. Así, la mujer gana una batalla, pero con el riesgo de terminar perdiendo a su marido. Éste es un patrón muy habitual en las parejas. Una relación armoniosa y respetuosa se logra cuando ambos reconocen tanto su respectivo sistema de origen, como el su compañero o compañera: “Te tomo: a ti y a toda tu familia. Tomo a tus padres, hermanos, cuñados, sobrinos, tíos, abuelos… Y también a tus ancestros” De esta manera, cuando llegan los hijos, si es que la pareja decide tener hijos, estos ya no tendrán que elegir entre un sistema u otro (el paterno o el materno).
Ambos, el padre y la madre, forman una unión que es más que la suma de los 2: en realidad es algo nuevo y distinto… Es un nuevo sistema familiar. De esta manera, cada uno se sienta bien en este nuevo sistema de valores. Cuando una pareja ha encontrado este punto, juntos, como padres, pueden transmitir su sistema de valores y el patrón de comportamiento a sus hijos. En consecuencia, también sus hijos se encuentran bien. En este clima familiar, los hijos ya no necesitan comportarse con el padre de manera diferente que con la madre, tampoco tienen por qué elegir entre uno u otro. Los hijos se encuentran libres e iguales con cada uno de los progenitores. Y los progenitores, también.
La capacidad de diferenciarse de la familia de origen definirá el límite de acercamiento mutuo en la relación de pareja. Svagito Liebermeister
Las exparejas estuvieron antes. El orden implica que cada uno de los miembros de un sistema sea reconocido de acuerdo con el lugar que le corresponde. Por ejemplo, cuando la primera mujer ocupa el lugar de primera mujer y la segunda, el de segunda mujer; o cuando los hijos de un anterior matrimonio son reconocidos como tales por la segunda mujer, aceptando que ellos tienen prioridad ante ella… Entonces se puede decir que “hay orden”. En este sentido, cuando todos son reconocidos como pertenecientes, y su lugar es plenamente respetado, puede prosperar una relación de pareja
La Jerarquía. Existe una jerarquía natural por la que, quien estuvo primero, merece ser honrado por quien llegó después. Esto es así en todos los casos. Por difícil que parezca, es necesario reconocer a nuestras exparejas, otorgándoles el lugar que han tenido en nuestra vida. Este reconocimiento interno mantiene el orden para todos los que siguen: la pareja actual irá mucho mejor cuando se respeta esta jerarquía natural. Los hijos también pueden, de esta forma, ocupar su lugar plenamente: el de hijos. Ante el caso de una expareja no reconocida, puede suceder que uno de los hijos fruto de la relación actual tienda a identificarse con aquella mujer u hombre anterior excluida/o. Como sabemos, tal identificación conduce a reproducir la vida del excluido cual repetición de un guion. Puede, asimismo, desencadenar en el hijo o hija el sentimiento de ser amigo o novio/a de uno de sus padres, en lugar de su hijo.

Hay personas que cuentan con un amor no consumado en su historia vital, es decir, con una relación que no pudo ser vivida, tal vez por oposición de la familia. Imaginemos el caso de una mujer que ha vivido un amor de este tipo y que, años más tarde, se casa con otro hombre. Fruto de esta unión, nacen hijos. En este tipo de casos, es frecuente que uno de los hijos (posiblemente el mayor), aunque biológicamente hablando es hijo de su padre, también es “un poco hijo” de aquel primer amor. Al concebirlo, la mujer anhela, en lo más profundo y secreto de su corazón, que éste hubiese sido hijo de aquel hombre al que tanto amó…
Esta situación puede dar lugar a un sentimiento de incompletitud en el hijo, como si le faltara un referente. Y es que, en cierta forma, sí falta “algo”: el reconocimiento d ese 1º amor que, por no haber podido ser plenamente vivido, posiblemente conllevó dolor silenciado. Tal dolor convierte la vivencia en tabú: quien lo ha vivido, se lo guarda y con ello cierra su corazón. Cuando nuestro corazón está cerrado, difícilmente podemos entregarnos plenamente a la vida, y eso es lo que en Terapia Sistémica se denomina metafóricamente como interrumpir el flujo del amor.
Es importante también que la pareja reconozca que ha habido otro/a antes que él/ella. Ese reconocimiento se vive como una liberación en ambos miembros de la pareja. Los órdenes del amor también exigen el reconocimiento de los hijos de una relación anterior, así como a la madre/al padre de esos niños, es decir, a la pareja anterior de nuestro compañero/a. En este sentido, no es raro que uno de los miembros desprecie a las ex parejas del otro, o que inclusive no quiera saber nada de los hijos de una relación anterior.
De nuevo sucede que esta no-aceptación conlleva sentimientos contradictorios que tarde o temprano conflictuarán la relación. Recordemos que tal desprecio pone al otro entre la espada y la pared, es decir, de alguna forma se le está exigiendo que elija: “o yo o tus hijos”. Obviamente, lo más probable es que un padre o una madre elija a sus hijos, en caso de verse en esta tesitura.
La relación de pareja tiene prioridad sobre la paternidad. Para que en la pareja haya armonía y entendimiento, es importante que ambos miembros tengan clara la prioridad de la relación sobre la paternidad, ya que el hecho de ser madre o padre es una continuación de la relación de pareja. Cuando fruto de la relación llegan los hijos, muchas veces sucede que la maternidad y la paternidad absorben toda la energía, quedando entonces muy poca o nula energía disponible para la pareja. Sin embargo, tengamos en cuenta que el amor de los padres para sus hijos se nutre de la relación de pareja, por lo que, cuando la relación de pareja ocupa el primer lugar, también el ser padres resulta más fácil.

Y, sobre todo: los hijos que experimentan que sus padres se aman como pareja, se sienten más felices y pueden ocupar su lugar como hijos. Sin embargo, dicha prioridad de la pareja sobre la maternidad/ paternidad cambia en el caso de una separación, tras la que ambos miembros inician una relación con otra persona que, a su vez, ya tiene hijos de una anterior pareja. En este caso, la paternidad/maternidad es anterior y, por tanto, prioritaria con respecto a la nueva relación de pareja. El vínculo entre el padre/madre y sus hijos antecede al nuevo vínculo con un hombre o una mujer.
A modo de síntesis, el orden es el siguiente. El primer vínculo es el de la pareja y, si esta tiene hijos, seguirá teniendo prioridad sobre la maternidad / paternidad. Cuando constituimos una segunda pareja, y uno de los dos miembros, o ambos, aporta hijos de una relación anterior, en tal caso la paternidad / maternidad tiene prioridad, pues fue antes que la relación nueva. Finalmente, si fruto esta relación posterior nacen hijos, de nuevo la relación de pareja tendrá prioridad sobre la relación para con sus hijos comunes. Por tanto, el hecho de sentir celos ante el amor y cuidado de nuestro compañero/a hacia su hijo/a de la relación anterior, será causa de conflicto y dolor en la pareja.
Cuando reconocemos que la pareja anterior estuvo antes que nosotros, así como también que los hijos fruto de esa relación tuvieron lugar antes que la actual relación, podemos ocupar nuestro lugar, y eso nos tranquiliza no solo a nosotros, sino al nuevo sistema que hemos constituido con nuestra pareja. Tengamos en cuenta que el amor hacia el hijo de una relación anterior no puede emanar de la nueva relación, sino de la relación anterior. Y este hecho debe ser respetado. Guardando esta jerarquía, puede haber paz. Entonces no hay rivalidad